viernes, 28 de octubre de 2016

¡A los congresos se dijo!

¡A los congresos se dijo!

Sinchi Saxa



Es menos probable que mi propósito sea jocoso, ni siquiera crítico, me parece que sólo intento barruntar alguna idea de admiración y de espanto. Desde que es fácil llegar a todas partes y reunirse con layas diversas, se ha puesto la educación –la superior, no sé por qué bondades o magias- en los campos de los altos congresados y de los encuentros en los que se hacen convenios, se dan conferencias, se provocan mesas de intercambio, se presenta alguno que otro adelanto “científico”; pero sobre todo, se viaja y se establece el ideal de que hay que llegar a un sitial ideal. Que estos sueños se cumplan, se persigan o se alcancen parece de menos importancia, ya que los encuentros cumplieron con la ebullición de buenas intenciones. En este punto no querré nombrar aquel dicho tan peculiar del infierno, ni del paraíso.

Es de encomio altisonante, el reunirse, proponer, idear, soñar y barruntar ideas mentalmente probables o de cuño perogrullesco. Estos encuentros permiten, eso, los encuentros y, a menudo, mucha alharaca ritual, casi holliwoodesca. Estos momentos disparan la perfección de los encuentros a la esfera del éxtasis. ¿Y después, cuando hay que limpiar los desarreglos que han dejado las grandes autoridades e intelectuales, qué queda? Alguno podría decir que los stands se guardan, ¿también las ideas?, hasta el próximo encuentro y los gurús vuelven a sus centros para practicar la rutina que les contradice los grandes sueños elaborados en las grandes salas bien adornadas y, a menudo, pobremente atendidas, incluso si de por medio se ofrezcan certificados con valor curricular.

Los congresos permiten mostrarse y postular ideales comunes; pero deberían ser más para superar las simples buenas intenciones. La efectividad de una academia fuerte, solidaria, con una visión de un sur pensante y propositivo, por ejemplo, pudiera ponerle un gusto y una identidad propias en las apariciones académicas que catalogan la inteligencia por las publicaciones grandiosas, más ligadas al comercio, las grandes conferencias, las citas que los sabios de esas casas provocan, la calidad de empleos que consiguen los egresados, los sueldos que se sacan –en nuestros casos se sacan sueldos, pero no necesariamente por lo arriba citado- y el patrimonio que tienen (algunos incluso ponen en el prestigio la fama que adquieren sus egresados).

En nuestros casos la investigación debería proponer y saber estar en la realidad en un orden solidario, las publicaciones pudieran ser asumidas por los más necesitados y se pudieran poner en práctica de cambio; que las citas, como los versos de Neruda, se pudieran transmitir de boca en boca, en los micros, los mercados, las conversaciones, para que el fútbol que nunca nos dio glorias –excepto por el 63’- pierda vigencia y no nos quite tanto el sueño; que los sueldos y la fama pudieran ser la riqueza mejor distribuida y la dignidad más ganada por los más desplazados; que la fama de los sabios sea la dignidad de los pueblos; que las conferencias fueran corroboradas por el interés de miles de desplazados, como los grandes festivales de poesía en Nicaragua a donde asisten miles; las plazas son los escenarios para cometer poesía. Claro, estos asuntos no se logran en los antros del rito donde se sueña la grandeza y se procura un documento.

El único rating sería no copiar del todo y no buscar la imitación, sino buscar la propia identidad en la ciencia, la investigación, los temas que se han de publicar y los asuntos que se han de cambiar. Porque basta de ciencia que sirve al mercado y al comercio y con ello lucra. La fama no se puede ganar a golpe de viajes y de congresos que sólo tienden a enflaquecer las arcas del erario estatal.

No quise decir mucho y creo que lo que digo carece de importancia, por lo menos en las esferas que corresponden al teatro de los congresos, de esos que son más internacionales. Que conste que con esto no me voy a un congreso.

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